viernes, 31 de enero de 2014

Quimera

Estuvimos a punto de ser inolvidables, de convertirnos en protagonistas de las historias que año tras año se cuentan lejos de los suburbios por aquellos hombres que han vivido y ahora dejan vivir. Sin embargo, llega un momento en la cual estos relatos se dilatan y con el tiempo cambian y desentonan ante los ojos de quienes las cuentan y escuchan.
Creía que en el inmenso campo de memorias teníamos los mejores recuerdos, los más gratos momentos que jamás nadie recuerda, mucho menos nosotros mismos. No pensé que esos momentos serían el motivo de nuestra propia condena.
Lejos de todo y cerca de nosotros, estaba ella, un amor del pasado que jamás dio señas de algún adiós perpetuo. Aquella sombra era una carta a medias, una mirada inocente y a la vez ilusionada. Fue extraño coincidir justo cuando el camino estaba definido. No resolví a tiempo aquel aviso que en mi interior yo sabía, pero que no quise aceptar por miedo a perderlo todo.
Y sin más que anhelar, entre amargos pensamientos y confusiones de sentimientos pasados, sucedió justo lo que imaginé, aunque también superó mis expectativas. Ella existía en mi idea controlada por la nostalgia. La vi y sentí que no quería alejarme nunca más. Dicho encuentro obligó a cuestionarme sobre los futuros compromisos que se dan solo en pareja. Empecé a replantear mis sentimientos para aclarar mejor mis dudas, y llegué a la conclusión de que su presencia era solo una quimera.
Jamás comprenderemos que cuando complicamos el verbo, solemos destruirnos en un silencio que nadie merece. No obstante, no iba a dejarla de lado, todavía tenía el recuerdo de cuando decidimos compartir nuestro tiempo juntos. Éramos dos almas jóvenes, ignorantes de nuestras propias vidas, por eso es que todo fue tan natural y vivo, a pesar de que ya habían pasado unos años de total alejamiento. Me sorprendió mucho ver cómo todo empezaba a tomar forma, no creía que algo así podría volver a pasar pues no estaba en mis planes enlazarme una vez más con ella. Pero sucedió, y me sentía pleno. Sin embargo, no pude enfrentarme a los cambios que desde hace tiempo venían propagándose. Tenía que acostumbrarme a la idea de tenerla sin buscarla, de llamarla sin pensarla. Me comprometí al sueño de imaginarla en cada persona que no había visto hace siglos, y no me di cuenta de nada hasta que decidió caminar conmigo.
Todo iba como lo había imaginado, a pesar de las dudas, ella me hizo sentir seguro y alejó por siempre cualquier dilema entre nosotros. Entendí que no se trata de elegir, sino de ver más allá de nosotros mismos, superando el ego y acatando los castigos por dejar ir a quienes realmente darían todo por nosotros. Nada me había atrapado como ella lo hizo, se dio el tiempo justo para tratar de arreglar lo que rompimos por causas ajenas. Era increíble volver a tenerla a mi lado, volver a sentir sus besos con frescura de que lo que teníamos era sincero. Pero siempre calaba el miedo después de cada despedida, todo era frío, siniestro, y la soledad no reprochaba y venía a hacernos compañía cada cierto tiempo. No estaba seguro de lo que pasaba, era difícil que alguien nos imagine tan juntos y tan solos, es cierto, así éramos nosotros y nada podía cambiarlo. Yo solía preguntarme: «¿Será que lo merecemos?». No tenía sospechas de por qué nos pasaba esto, justo ahora, justo como siempre. 
Y en las calles, discutiendo a solas conmigo y reprochando aquella situación, no podía evitar ver a esos personajes inocentes, conociendo y descubriendo la maldita y bendita verdad del amor, y juraba en silencio que muy pronto la conocerían. «No hay paz sin antes pasar el huracán», pensaba sereno y los miraba desde lejos.
Nuevamente lo caótico gobernó nuestro espacio, tan épico como cuando nos veíamos de lejos sin decir palabra alguna para ir al lugar de siempre, al lugar donde empezó toda esta historia. Estuvimos tan ligados a lo desconocido que nada nos sorprendía, así como los paisajes que eran de nuestra vida cotidiana. De tal manera que solíamos saber muy bien lo que queríamos y esperábamos. 
En los momentos de inconsciencia pura, nos distraíamos pensando que no nos necesitábamos, que no era necesario saber qué hacíamos ni dónde andábamos. Confiar era el único remedio. Qué locura pensarán los desesperados, es cierto. Pero a pesar de ser algo inaudito, que no cabe en los niveles del amor, yo estaba loco por ella y ella estaba loca por mí.
Las ilusiones suelen desprenderte de lo que es real, de lo que está a tu lado sin que lo sepas. Son traicioneras como el orgullo en su momento de desamor, tan banales e ingenuas que te hacen perder lo que más aprecias, sin ganar nada a cambio más que tu propio lamento. «No me esperes, no me llames, no me busques», decía la voz de la quimera. Pero no me importó en lo absoluto y perdí de nuevo un pasado que allí estaba mejor.
No pudimos librarnos del engaño de la vida, fuimos sus esclavos, sus peones, y llegamos a cargar con la desdicha de una fantasía provocaba por nosotros mismos. Ella no era real, y a veces creía que yo tampoco.
«Mi metáfora es tu mejor aliada», me decía el pensamiento. Pero aquellas voces no me libraban de su exilio, que de vez en cuando trataba de imitar para ser lo que habíamos olvidado. Sin embargo, entre ausencias y besos, decidimos postergar los encuentros a simples y vacíos momentos de confusión.


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