jueves, 3 de diciembre de 2015

Sesión

El hombre había llegado tarde a la estación. Por primera vez notó lo viejo que estaba aquel lugar, «los años no pasan en vano», pensó. Dicho escenario se asemejaba a un desierto, ajeno y solitario, pues, al parecer, todos habían partido a su destino. Fue entonces cuando advirtió que debido a la escasez de vagones el tren no volvería a pasar en más de una hora. Inusual situación puesto que la puntualidad era parte de su vida, y precisamente aquel día tenía asuntos muy importantes que resolver. Ella, como nunca antes, estaba en la hora. Decidida y con la mirada fija al reloj, esperaba impaciente en el juzgado, junto a su abogado, el olvido, para iniciar de una vez la sesión. 
Todo en la vida del hombre había sido una injusticia, por no decir 'mala suerte' porque él no creía en invenciones como esas. Aunque cualquiera lo pensaría dos veces debido a los constantes conflictos que tenía con él mismo y con la vida. 
El amor de ellos había caducado hace mucho tiempo atrás, pero ella aún lo recordaba a pesar de que siempre lo acusó de ser el culpable de ponerle fin a su historia. El hombre tenía una soledad que no lo dejaba vivir una vida como la que ella hubiera querido vivir junto a él. Solo necesitaba el exilio, sus libros y su espacio, porque el amor era solo una fuente para seguir escribiendo, pero al mismo tiempo todo este afán, esta locura de plasmarlo todo, hacía que se olvide de ella, la denunciante de aquel amor perdido. 
El juzgado tenía un portón gigante, como las mismas puertas del infierno en la que los fieles dicen creer. El pasaje era un camino sin fin, o tal vez solo era parte de su pesadumbre por la inesperada demora. Efectivamente, el hombre no llegó a la hora. Lucía cansado, sucio e impresentable por la premura. Ya de por sí el vivir una vida bohemia había masacrado su aspecto. Sus ojos tristes, su voz cortada, ronca por los años y por los excesos, le daban más pruebas a los testigos para declararlo culpable.
Al percatarse de su llegada, la mujer lo miró con odio y con dolor porque en su momento lo llegó a querer mucho. Ni uno de los dos podía creer lo lejos que habían llegado. Ella hizo todo lo posible por salvarlo de esa vida improvisada que él llevaba, no sabía cómo transformar esa melancolía tan extraña, tan única que lo obligaba a narrar, con una pasión indescriptible, lo que él vivía. Pero, y a pesar de todos sus intentos, jamás logró hacerlo. 
La indiferencia, la noche y los ruidos que ya no alertan a nadie se convirtieron en los cimientos que le dieron fin a ese romance que en un inicio parecía cumplir con todas las expectativas de una vida larga y llena de amor. Sin embargo, no fue así. Él se aferró a ese mundo que ella no entendía, se despojó de lo que muchos buscan sin signos de arrepentimiento. 
Frente a todos se declaró culpable, no mostró dudas en su testimonio, sus palabras volaban como dagas hacia a todos y, en especial, hacia ella. Manifestó con euforia que no merecía el aprecio ni el amor de nadie, y, haciendo una pausa con un silencio prolongado, la miró fijamente y le confesó con una voz potente y agitada que, gracias a todos los aciertos y desaciertos que implicaron de manera única el amor que ella le dio, jamás hubiera podido escribir sus mejores historias.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Vuelve

Vuelve a ser silencio en los ratos, en la muerte, en los siglos, en los orígenes de las vidas que por descuido o intención, perdimos juntos. Te lo agradecería, cariño, de la forma que solo tú conoces. Pero por favor, vuelve. 
Vuelve sin saber que existo, sin decirme a dónde irás para perderte un poco el rastro. Pero no, no lo tomes a mal, es por el bien de ambos. Y esto es lo último que quiero pedirte: que vuelvas, que regreses en un intento de exilio fracasado, para saber que hicimos lo correcto, para encararle a tus fantasmas y aceptar, después de tanto, que en verdad has vuelto.
Vuelve sin aviso, sin preludio de que vendrás para animar un poco mis ganas, para avivar de nuevo los hechos. Vuelve para sanar las heridas, para calmar estas idas y venidas que no merecemos. Vuelve para traicionar al pasado, para reírme de él y presencies que aún no he muerto. Vuelve cada vez que puedas, siempre si es posible, y eso sí, no te vayas nunca.
Sería agradable que vuelvas, pero descuida, no te molestes en buscarme, estoy más perdido y vivo que nunca. Sin embargo, quiero que vuelvas, que atravieses cada lugar, que recuerdes cada momento, que descifres las palabras y que reinventes las noches y descubras los hechos, y que sientas unas ganas tremendas de volver para irte de nuevo. Pero ven, aquí te espero, lejos de ti y con una vida nueva. No hay prisa, pero vuelve. 
Y reafirmo mis deseos de querer que vuelvas, de que encuentres otra vez el camino, de que vuelvas a ser tú en este infierno que es el olvido. Vuelve con ganas de vivir, de ser, de nuevo, lo que eras, lo que fuiste, o mejor, lo que siempre has querido ser. 
No pretendo burlarme de tu regreso. De corazón, quiero que vuelvas. Que vuelvas a encontrarte, que veas que he cambiado, que el rencor no existe, que solo vive en tu cabeza. Pero vuelve. Sería bonito saber que has vuelto, porque me conoces y te conozco, y yo sé que amas este lugar tanto como yo. 
Si está en tus planes volver, solo recuerda que las cosas por aquí ya no son las mismas. Ya no existe la culpa, la desdicha, la melancolía ni el pesar. Por tal motivo, si decides regresar, no te sorprendas de lo bien que todo se ha adaptado a tu ausencia. Y es que todo avanza, la vida y el tiempo.
Espero que vuelvas para poder mostrarte, de nuevo, y espero no equivocarme, los caminos, los aposentos de nuestra historia que ya no he vuelto a visitar, y no por desgano, sino porque no recuerdo muy bien el trayecto de dichos lugares. Por eso vuelve, para que reconozcas los paisajes y los momentos, para ver si así me ayudas a recordar. Vuelve, del arrebato te fuiste dejando algunas cartas y algunos besos. Pero descuida, los he guardado bien y puedes llevártelos cuando gustes. Aunque para serte sincero, ya no recuerdo muy bien en dónde los he dejado. Pero vuelve, tal vez pueda encontrarlos.
¿Recuerdas aquel lugar donde solíamos pasar las tardes noches? Me temo que yo no, esta amnesia me ha afectado mucho desde que te fuiste. Por eso me gustaría que vuelvas, hay cosas que no recuerdo bien y la verdad, me está volviendo loco. Esperaré tu respuesta si te animas en volver. Pero antes debo confesarte algo, que si vuelves, quizás no vaya a reconocerte, pero no dudes que te recibiré con los brazos abiertos. 
Vuelve para recuperar la amistad que tuvimos, que no todo en esta vida es olvido e indiferencia. Que después del amor son los recuerdos los que quedan, y que todo lo escrito y lo vivido son etapas de la vida. Y que sepas que el humor con el que te recibo es la prueba de las veces que decíamos que al final nos reiríamos de todo esto.
Por eso vuelve, sin temores, sin el peso del desamor pues este corazón también fue tuyo. Y quédate, quédate y presencia este cambio en los paradigmas, esta revolución que tiene como motivo reciclar los sentimientos y renovar la sonrisa. Y comparte conmigo esta hermosa ideología que, principalmente, sirve para conservar la alegría y transformar la pena. Pero, lamento informarte, con el dolor más grande y con el amor que te tuve, que si vuelves, este corazón ya no volverá a ser tuyo.

sábado, 31 de octubre de 2015

Manicomio

No existe un mejor lugar para nosotros, para tu torpeza, para mi ingenio, para tu cinismo y mi capacidad de hacer verdad tu mentira. Nos conocemos desde hace mucho, desde que el júbilo conoció lo atroz y tu vida empezó a girar en torno a la mía. Bien decían que juntos no llegaríamos a nada, que estando libres conoceríamos la dicha. Sin embargo, nadie advirtió que al mismo tiempo la angustia, la locura y lo caótico serían los cimientos de tan vil historia. Seamos justos y no callemos nada; yo mentí, tú mentiste, los dos nos encargamos de perder la cordura, de asediarnos, de ocultar lo cierto y maquillar lo falso. 
No tengo dudas de que aquel lugar es perfecto para nosotros, por eso, no opongas fuerza, no la gastes en vano. Para que no temas, iré contigo, allá estaremos mejor, compartiendo lo inaudito, siendo yo misma y siendo tú mismo. Empezaremos de nuevo, alejados de la incoherencia de la gente, de sus rumores, de su veneno. Conocemos muy bien nuestros límites y nuestro pasado no es algo que nos asuste. Ya nos hemos visto con otros amores, y no voy a negarlo, fui feliz con él y sé que tú también lo fuiste con ella. Sin embargo, eso jamás evitó que nos sigamos viendo. 
Que sepan de una vez que aún seguimos juntos, que no nos hemos olvidado. Que sean testigos de que todavía seguimos construyendo esta historia, este romance que, según algunos, no tiene ni pies ni cabeza, pero que solo tú y yo sabemos muy bien de qué se trata. Demostrémosles que aún conservamos la imagen, el semblante de los primeros días. Pero, hagámoslo principalmente por nosotros y no por ellos, por los insensatos, por aquellos que solo trataron de enterrar lo nuestro en un intento ingenuo por tener la razón de que juntos no éramos nada. Estaban equivocados. 
Este lugar tan descuidado, tan lleno de hipocresía, de gente ordinaria y fútil, no nos pertenece. Y ellos, los olvidados, tampoco. Solo son parte de un amor que no tiene remedio, salvo el exilio o el olvido de lo que es cierto para nosotros. Seamos conscientes y vayámonos lejos, hasta no recordar quienes éramos en aquellos paisajes. No me calma ver a nadie que no sea tú, y tú también sabes que anhelas lo mismo. Y recalco tus palabras porque me lo has dicho tantas veces, pero esta vez estoy segura. 
Un día no sabrán de nosotros, calmaremos su supuesta molestia, su presencia en este juego, en esta carrera con trampas y atajos en la cual nadie sale ileso. Ya es tiempo, suicídate de ella, él ya murió de mí. Tal vez estoy siendo egoísta, lo sé. Pero tú también lo fuiste, y no me estoy justificando, solo digo lo que en verdad pasó y no quisiste que nadie sepa. 
Si no nos vamos ahora, vendrán por nosotros. ¿Qué estás pensando? Deja de mirarme como un loco, como un idiota que no sabe lo que pasa. Los dos sabíamos que esto sucedería, que algún día, no exactamente cuando, llegaría el momento de irnos. Y sí, juntos, por más increíble que suene, pero de la forma que siempre hubiéramos querido. Iremos de la mano a ese lugar y no por obligación, sino porque cumplimos con los requisitos, porque contamos con el perfil exacto para ser parte de esa hermandad tan perturbada, la cual convoca a las mentes más trastornadas y olvidadas por aquellos que se creen cuerdos ante los ojos de una realidad que, naturalmente, no lo es. 
Allí seremos felices, ya no habrán dudas, ni mentiras, ni besos en otros cuerpos, ni escapes, ni encuentros ocultos, ni rostros ni bocas ni oídos que nos corrompan. Ya no habrá más nada, y nosotros, convencidos de que allá pertenecemos, volveremos al inicio, a una vida austera, limpia de pecados, de insolentes rumores y de vicios que ya no seducen, y solo una verdad, limpia, fresca, sincera, será puesta entre nosotros, para vivir sin atar cabos, sin confusiones ni pretextos, solo nosotros, viviendo la locura de ser felices a nuestra manera.

martes, 15 de septiembre de 2015

La culpa

Ya no hay vueltas atrás, me digo viéndome al espejo con los ojos rojos y llenos de nostalgia. Me he convertido en el hombre que tanto había despreciado, he cometido los pecados que siempre repudié, he quebrantado, sin pena ni gloria, el amor de incontables féminas que creyeron haberme enamorado. Y la culpa la tengo yo. Y no, no me siento orgulloso, pero tampoco desdichado. 
Son historias que guardo en mí como un puñado de momentos que, ahora, quisiera cambiar por la compañía de alguien que haya visto lo mejor de mí. Pero, como de costumbre, silencié los sentimientos, ahogué las sensaciones y miré atrás, a aquel lugar donde se ocultan todos los arrepentimientos más cínicos que cualquier otro. Te amé, sí. Y de verdad lo siento. Sabía que habías empezado de nuevo, que una vida nueva te abría sus puertas, pero quise ponerte a prueba con una voz y un corazón que alguna vez amaste. Es mi culpa, no lo niego. Pero me ofende saber que aceptaste irte conmigo sabiendo que lo único que quería era estar solo. 
Ya es tarde, me digo. ¿En qué momento pasó? No encuentro culpables más que a mí mismo, y me cuesta aceptar este cambio tan radical que me obliga a descubrir el rostro que jamás quise mostrar, pero que estuvo aquí dentro, desde siempre, como el instinto del hombre por anhelar la guerra, los conflictos bélicos, el caos propiamente dicho. Y no bastará con disculparme con todos esos amores truncados, vetados por la culpa, por haber caído y traicionado a aquellos que no lo merecían. Tú y yo, compartiendo momentos a espaldas de los ingenuos que cuando te ven a los ojos no imaginan que estás pensando en mí. 
Quisiera imponerme un castigo, una condena con la cual pueda pagar todo el daño hecho y recibido. Sí, hubo coacción en mis actos, el hecho de cargar con el peso de esta soledad fue la que me impulsó a jugar a estar acompañado para no sentirme tan solo. Pero, no es cierto, la culpa la sigo teniendo yo. 
Y me veo nuevamente en aquel lugar, con cada visita me cambia el rostro y ya no reconozco el ser que soy, nada es constante en su contenido, las palabras y el silencio también cambian, y mis pensamientos mueren por abrazar a alguien que no existe, que ya no está en este mundo, y me acuesto pensando y sonrío a medio dar para burlarme un poco de la vida, para hacerle saber lo injusta que puede llegar a ser. 
Me voy con un dolor ajeno, con un aroma que no me pertenece, cuelgo la culpa en forma de cruz y duermo en vida y no sueño, y atento contra mí en un afán de acabar con todo, porque las historias que antes no tenían fin, ahora solo duran una noche. Y termino en el infierno soltando una carcajada que me atora el alma, la vida, y me cuesta respirar siendo yo, y veo una imagen en el espejo que solo veía en mis pesadillas, y no me encuentro en ninguna parte a pesar de que, sin duda alguna, la culpa es mía y ahí estoy.

viernes, 21 de agosto de 2015

Invencibles

Invencibles, como los sueños de los que nunca dejan de luchar. Sí, así nos concebimos, apostando por algo que muchos creerían imposible. No había competencia entre nosotros, ni deseos de resaltar ni de mostrarse indispensables. Se trataba de eso, de corresponder el uno al otro, de apoyarnos mutuamente, de ser transparentes en todo aspecto, de descubrir algo nuevo cada día y ser abiertos a todos los temas que la vida concierne para llenarnos de amor y sabiduría. 
Invencibles, como la fe de los hombres que creen en lo que sienten sus corazones. El respeto como gran pilar, a tu persona, a la mía, a tus tiempos, a los míos, a los sueños, a los nuestros. De esta forma tan osada, tan sincera, tan insana y tan cuerda, nos queríamos. Siempre fuimos creyentes de esta increíble historia, jamás perfecta ni libre de errores, pero con más aciertos por pensar con calma y amor ante tanta adversidad que nos tocó vivir para llegar a ser lo que tanto habíamos soñado. 
Invencibles, como las vidas que dejan más que el cuerpo, sino un legado. El tiempo era parte de nosotros, los años, los meses y los días fueron un entreverado de momentos los cuales no cabían en alguno en específico. Todo era real, espontáneo, jamás fingimos nada, no era necesario. Las veces que nos vimos invadidos por la duda no nos incitó a buscar culpables, reconocíamos nuestros errores, no nos dejábamos vencer tan fácilmente y volvíamos a registrar en los hechos las mejores historias que compartimos juntos para ver el lado de la vida que sí importa. 
Invencibles, porque el adiós no era más que una mentira que nos mantenía a salvo. De esta forma, tan común en los años dorados del amor que nos demuestran nuestros antepasados, fuimos el claro ejemplo de que aún se podía ser dos en uno a pesar del tiempo. El motivo más grande fue el de cumplir la promesa que nació de niños, de jóvenes y de adultos. Como si los años no pasaran y el corazón aún se mantuviera latiendo. Como si la piel no cambiara y la voz y el cuerpo aún mantuvieran la misma energía como cuando éramos jóvenes. Como si la vida fuera un recopilatorio de instantes grabados por cada vez que estuvimos juntos. 
Invencibles, como los que buscan la verdad y mueren con ella. Solíamos pensar que era inaceptable que ya no existan amores que le den valor a las palabras, a las promesas; que no cumplan lo dicho entre miradas y besos, entre frases y sueños. Fuimos la excepción a la innumerable cantidad de fracasos que se veían ayer y aún hoy en día. Pero, ¿cuál es la clave? Nunca lo supimos con certeza, lo íbamos descubriendo cada día. Éramos pacientes dirán los desesperados. Sí, tuvimos mucha paciencia para llegar a comprendernos, pero no se trataba de soportar conductas inadecuadas, todo surgia desde el origen de nuestra historia, cuando decidimos ser fieles a lo que decíamos y sentíamos. Sin embargo, creemos que va más allá de cualquier teoría que implique exclusivamente la tolerancia, cuando el respeto fue lo que nos llevó de la mano a lo impensable. 
Nos hemos vuelto invencibles porque pudimos vencer las dudas, los miedos, como si bailáramos y burláramos los malos momentos, y porque supimos darle más amor a nuestra historia no solo cuando era necesario. Y aunque mis palabras descifren tal vez un pasado, el presente describe todas estas sensaciones que fueron y son ciertas, porque con el paso del tiempo nos hemos vuelto más invencibles que nunca, venciendo a la vida misma que tuvimos, y conquistando a la muerte que hoy tenemos.

viernes, 17 de julio de 2015

Fragmentos

Todo se dio para ser completamente inoportunos y precisos, para intentar rescatar lo poco que quedó y vernos con una sonrisa después de cada tragedia. «Aún estamos a tiempo de reivindicarnos», solíamos decirnos en aquel entonces. Recuerdo que siempre tuviste la manía de dejar pistas, de crear atajos; todo era impredecible, abstracto, pero de cierta forma, muy sincero. Sin embargo, y a pesar de tanta transparencia, no me tranquiliza saber lo que ocultas, saber lo que callas; ya no me quedan fuerzas para detener las dagas de tu orgullo, las batallas cada noche, los golpes reacios de tu silencio. Y aunque me cueste confesar esto, ya no considero sacrilegio perderte, ni me mata la idea de no verte nunca más. 
¿Quién eres tú para aplazar mis dudas?, ¿quién soy yo para reclamarte algún dilema? Son pocas y tantas las ganas que tengo de intentar acomodar mi impaciente aprecio, mi incontrolable sentimiento de culpa, mi apego tan cortante y a la vez tan caótico. Recuerdo con nostalgia que solíamos coincidir con las disputas y las quejas, por eso pensaré un poco en ti y en mí para luego olvidar que jamás nos quisimos. 
Aunque nunca vayas a aceptarlo, estuviste en el lado que siempre repudiaste, y eso no me calma ni me alivia, pero tampoco me sorprende. Irónicamente, logramos marcar un principio con vendas y abismos, y en ese inhóspito calvario se encontraba el paraíso que con calma y amor fuimos descubriendo. Y lo mejor de haber tenido los mismos problemas, fue que buscábamos las mismas soluciones. 
El tiempo siempre fue incrédulo cuando se trataba de nosotros, no habían años o siglos en donde no existiéramos. Por eso, no te imaginas lo cruel que ha sido vivir atrapado en cuatro paredes, y sobre todo, en una extensión de tiempo que pasa lento, contigo y sin ti. Ya habíamos vivido una experiencia como esa, no era necesaria otra ronda más. Pero los golpes aún fingían hacer daño, aún dolían en silencio. 
«Extrañarte es el dilema entre huir o quedarme», solía pensar cuando te ibas sin anunciarlo. Pero, y mayormente, preferí mostrar una dudosa desdicha para prolongar, de la mejor manera, un poco más tu vida. Y es que las ausencias no existen si las sentimos cerca, y tú siempre rondabas en cada pensamiento, en cada ingenuo momento de debilidad. 
Siempre tuviste las palabras exactas para cambiar el rumbo del día y hacerlo más emocionante, más intenso. Tu silencio se entendía perfectamente con el mío, por eso mi soledad se había enamorado de ti. Eras insoportable y de cierto modo eso me encantaba. Pero, y como de costumbre, fingíamos la duda, el dolor y la tragedia. Qué idiotez tan pura, tan repetitiva, tan nuestra. 
Pero, y a pesar de todo ello, no podría desconocerte. Aún extraño tu manera tan efusiva de decir las cosas, tan llenas de ti y vacías de mí. Qué fácil fue romper ese motivo, esa idea constante y perturbadora que sólo nos hizo desistir cuando aún había más. Tu desdicha fue cómplice de mi suplicio, fue mi mirada cansada y desviada con la intención de perderme nuevamente contigo. Hasta hoy.
No tolero la idea de no ser libres. Somos esclavos de un entonces que quisiéramos cambiar. Prefiero plantearme la idea de que intentaremos rescatar los restos que dejamos para vernos de nuevo. Finjamos que pensamos en otros, que nos sentimos bien con una nueva compañía. Finjamos que ya nos hemos olvidado. 
Me cuesta aceptarlo, pero tal parece que sólo lo hemos postergado. La emoción sigue ahí, escondida en el rincón de nuestras dudas. Pero, ¿qué es lo que sugiere este cambio tan extremo? Siempre me fascinó tu interés por descifrar muchas de las tantas incógnitas que con el tiempo había planteado. Es verdad, hay muchas cosas que me faltaron decir, pero que constantemente demostré de una u otra manera. Sería arriesgado romper el tratado, aunque a veces pienso que ya lo hemos hecho. Tal vez el problema fue no reaccionar al mismo tiempo, optábamos siempre por el silencio, por las ganas acabadas después de cada desprecio. 
Somos un enigma inexplicable, seducidos por voces que juran y no cumplen... Tenemos lados opuestos dispuestos a revelarse, y si lo vemos desde esa perspectiva, no somos tan distintos como solíamos pensarlo. Me enseñaste a callar los sentimientos, y nos convertimos en dos piedras de un mismo río. Pero, sigues aquí, escondida por el miedo, borrosa por la distancia y callada por el silencio. Sin darme cuenta me encadené a tu misterio, y libré las batallas que me iban a salvar del pecado de perderte. Y hasta que el recuerdo envenenado intente desprendernos, seremos parte de una historia sin un final que nos recompense a cada uno.


Estos son fragmentos de instantes poco oportunos que, quizá, armonicen mejor en un solo texto, pues han sido escritos a lo largo de los años por cada segundo que llegamos a perder la cordura.

viernes, 5 de junio de 2015

Viernes

Fue un viernes de un mes y de un año que nadie recuerda. Nos vimos extraños, con mil preguntas y verdades de por medio. Nadie logró advertirlo. Estábamos tan perdidos en los recuerdos que teníamos en común que nos tomó tiempo decir alguna palabra. Era absurdo saludarnos como si no nos conociéramos, pero lo hicimos tan bien que nadie pudo percatarse que entre nosotros había una atmósfera de nostalgia, la viva presencia del fantasma ingrato de un amor perdido. Nos rodeaba tanta hipocresía, tanta ausencia, tanta injusticia por parte de nosotros. Supimos fingir bien, decir lo justo y necesario para no levantar sospechas del romance que tuvimos.
Mientras las horas pasaban y la gente disfrutaba el ameno encuentro, nos costaba más disimular la verdad entre nosotros. Empecé a recordar las promesas, el último encuentro, los hechos que relataban en silencio una historia atrapada en la discreción de las miradas, en los recuerdos que nos atan y desatan, que nos complican de una manera que ninguno pensó vivir aquel día. Habíamos acordado olvidarnos de todo, dejar atrás lo vivido y continuar así con nuestras vidas. Pero no contábamos con volvernos a ver de esta manera tan inesperada.
Nos mirábamos con cautela, con la intención secreta de hacer notar nuestra presencia. Cada quien con sus amistades, con sus nuevas vidas hechas y derechas, ya casi imposibles de volverse a quebrar, pensábamos con una dudosa certeza. Habías cambiado ese ondulado que tanto adoraba, pero tu esencia era la misma. Tus gestos, tus movimientos tan precisos y delicados, tu manera tan correcta de comportarte, tan digna y poderosa, seguía intacta.
Pero de lejos pude darme cuenta. Seguíamos siendo los mismos de siempre, orgullosos, indiferentes, los que sienten pero optan por el silencio. No nos habíamos dicho ni una palabra desde que nos saludamos, solo nos mirábamos de reojo e ignorábamos por completo. Sin embargo, había algo que nos impulsaba a estar cada vez más cerca. Sin sospechas de nadie, aparentando ninguna molestia, nos vimos otra vez, frente a frente, sin desviar las miradas. Por un momento dejamos de lado el miedo de cometer un error más, y nos arriesgamos sin tanta suspicacia y muy obstinados al respecto. Estuviste allí por horas, y yo allá, en la vida, con las dudas, pensándote todo este tiempo.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Tarde

Una vez más cometí el error de no simpatizar con el tiempo, de no cooperar con él y darle el valor que merecía. No tuve la dicha de coincidir con tus pensamientos, ni de hacerte saber los míos cuando era el momento adecuado. Tarde me di cuenta de los hechos, de las pequeñas cosas que ante los ojos de quien está enamorado, no debían de pasar desapercibidas. Me culpo a diario, aborrezco con el alma el silencio que habitaba en mí. Ahora y sin proponérmelo, estoy expuesto ante ti, a un grado de indiferencia que cala en espacios que no había descubierto. Y maldigo todos esos instantes en donde el corazón y la mente se creían más astutos. 
No advertí que al confesarme a cuenta gotas, a base de metáforas e historias, con cimientos de aforismas y frases de mi memoria, para crear un mundo con letras para nosotros, me encontré solo, con fragmentos de los dos y con una realidad que me repetía lo mismo constantemente: que no era la respuesta. Lo único que provocaba era eso, vivir en un estado de incertidumbre, de declive, con la vaga intención de encontrar algún refugio. ¿Cómo te explico que el tiempo no es motivo para dejar de pensarte? El alma no se cansa ni busca atajos, no sabe de contratos ni de propuestas que le inciten a olvidar. Tengo dudas desde el último día en que te tuve entre mis brazos, de esos momentos que estuve contigo y no lo sabía. 
Te busqué tantas veces para compensar mi silencio, para decirte de nuevo, sin excusas ni pretextos, que te quiero y me basta un abrazo tuyo para ser feliz. Y así lo demuestro, dejando de lado mis pretenciosas ganas de escribir algo nuevo, algo que trascienda y descubra un misterio, porque entendí que lo esencial es ser sincero con las personas que nos hacen sentir especiales. Pero, y de manera contundente y sin piedad, llega como puñal una verdad que aún no logro aceptar: que ya es tarde. 
Me cuesta asimilar que es cierto, que no cumplí con los estándares de tiempo para responderme a mí y a ti, lo que había sentido desde un comienzo. Tarde, como el hombre antes de morir y querer librarse de sus pecados. Los recuerdos no cumplen su parte del trato, me hacen verte en cada sueño, en cada pensamiento y me infunden el miedo de concebir la posibilidad de perderte. Tarde advertí de que sentía algo, tarde culpo a un corazón que creía haberlo vivido todo. ¿Qué fue lo que pasó? Creí haber sido cauteloso, paciente y constante, esta vez mi intención final no era el exilio. 
Vivía buscando la forma correcta de desatar mis palabras contigo, de explicarte, paso a paso, que desde que nos conocimos tuve la fortuna de volver a ser el mismo antes. En mi mundo el tiempo era infinito, sentía que volvía a los orígenes del amor, de las historias que emocionan a uno. Pero ya era tarde para empezar de nuevo, para borrar mi delito y hacerte olvidar las veces que estuve a tu lado en donde fuiste testigo de lo que callaba por dentro. Tarde resolví mis dudas de querer estar únicamente contigo. 
Y sin embargo, entre tanta histeria por el hecho de no poder recuperar el tiempo perdido, sigo aquí, endeudado de palabras, con el aliento a punto de acabarse y la mirada extraviada, con la compañía equivocada para pensarte menos cada día, con voces que creen saber la verdad que hasta hoy no dije: que aún conservo el recuerdo de tus besos, de tus ojos clavados a los míos en el momento cúspide en donde inició toda esta historia que aún quiero seguir escribiendo, a pesar de saber, con total lucidez, que ya es tarde.

viernes, 20 de marzo de 2015

Libertad

En el despacho de los hombres que viven con la frente en alto, duermen todas las historias que muy pocos se atreven a contar.
Hubo un tiempo en el que los desdichados solían predicar la búsqueda del milagro eterno y la fuente de la efímera pero sagrada oportunidad. Muchos creyeron, otros ni siquiera prestaron atención. La cierto fue que sí había vida de osadía en sus palabras, pero aquellos tiempos eran de opresión y de voces vetadas por el miedo. Algunos vieron la forma de aprovechar esta tragedia espiritual, y abusando de la ignorancia de las personas, crearon un motivo tan certero que calo en lo más hondo de las almas hasta el punto de darles una vida únicamente de ficción. Se infundió una verdad carente de duda, todo elogio era cierto y bien recibido. 
La muchedumbre no opinaba al respecto, optaban por seguir a los demás y no verse afectados por el cambio de moralidad que impusieron en su vida. Los heraldos se vieron obligados a mentir descaradamente, a construir un puente sin final para que el cansancio tome de rehenes a los más sensatos y conscientes. Así se lucieron los caudillos, hasta llegar al mando de todo, de tal modo que nadie pudo moverlos ni sanar la fiebre de poder que tenían. Se produjo una catástrofe por el miedo, por la incertidumbre, y se perdió todo rastro de los hechos que marcaron su historia.
El pueblo se vio obligado a contenerse, su gente no podía volar ni verse a la cara sin sentir temor de que lo perdieran todo. Las mujeres más bellas se despreciaban y se mostraban tristes. Los hombres, impulsados por el orgullo, olvidaron que era tenerlo. Se perdió la esperanza y toda razón de vida. Nadie se miraba a los ojos, nadie sonreía, nadie decía lo que sentía por dentro. El constante atropello a los más honrados intimidaba el poco entusiasmo que había en el pueblo. Era implacable el odio y el rencor. Ya no había vestigio de seres que querían conocer la dicha de ser felices. Les habían quitado la identidad, y eso era lo que más les dolía.
Después de tanto abuso e injusticia a la vida, llegó el día en el cual todos los secretos guardados en el corazón de la gente no pudieron contenerse más. Dejaron todo atrás por descubrir la verdad, por recuperar la esperanza y las ganas de vivir como se debe. Formaron grupos de apoyo y de protesta, destruyeron todo a su paso sin arrepentimiento alguno. Hubo muchas pérdidas, pero sabían que la causa lo valía. La mañana, la tarde y la noche fueron testigos del infierno que se había desatado. Los niños vivirían por siempre con el trauma de un conflicto civil. No había otra salida, debían correr el riesgo para empezar de nuevo. No fue fácil, pero pensaban en su futuro, en sus hijos, en sus nietos, en su linaje. Buscaban algo más que la paz en sí misma, buscaban el amor y la alegría que tanto se les había negado, sobre todo la libertad y la identidad que alguna vez fue derecho principal en sus vidas. 
Con el tiempo pudieron lograrlo, no habían más trabas ni piedras en el camino, pero el pueblo quedó irreconocible, totalmente destruido. Sin embargo, se había forjado un pensamiento de apoyo comunitario y de noble causa, y volvieron a retomar sus caudales y a crecer como siempre lo habían soñado. La muchedumbre, entre tanta tristeza, volvía a sonreír, a despertar de aquella pesadilla que se había robado parte de su alma por mucho tiempo. 
Y fue de este modo que luchar por la libertad y la justicia se convirtió en un hábito, en un principio fundamental para crear un espacio de tolerancia y respeto, que dependía de todos y de cada uno de ellos, para honrar la vida de los que quedaron atrás y hacer valer de los que aún están por venir.

lunes, 16 de febrero de 2015

Estado

Detesto sucumbir ante este estado de ánimo, ante esta parte de un todo que no pretende ser feliz sino encontrar un equilibrio. Por mucho tiempo logré controlar la ansiedad que causa pensar en lo que está prohibido, sin embargo, no compensa mis ganas de desafiar a lo que muchos llaman imposible. Es como si pudiera posponer mi condena, mi amarga actitud de no llevarme conmigo lo que tanto aprecio y desprecio para no volver y ser el de siempre. No me basta nada, nunca estoy satisfecho, y voy en son de paz pero siempre empiezo la guerra. ¿Cómo es posible dividirse en tantos pedazos y seguir conservando la esencia? No busco respuestas, sino más preguntas que me mantengan vivo y a prueba. 
He aprendido a salir ileso del desprendimiento, de las ausencias, de las despedidas, sin dejar rastro alguno que provoquen volver al origen de todo. No es un tema de egoísmo, ni una cuestión de autonomía, sino más bien de un estado neutral, de sí o no, de resumidas respuestas que no dejen espacio a las dudas. «No solo cambies, mejora», es la frase recurrente por estos días, y no las típicas frases de aliento que, al fin y al cabo, si no nacen de ti, en palabras quedan. Quiero que alguien me diga qué es lo que pasará más adelante, aunque por dentro sé muy bien lo que va a suceder.
Qué difícil es vivir pensando con deuda al futuro, a los golpes que hoy ya no hacen daño y que ves por encima de ellos como retazos de impensables hechos vanos y de poca importancia. 
No le dediques tiempo a los besos sin amor, a las noches sin historias. Quizá no te guste lo que puedas sentir más adelante, en su agonía de cuatro paredes que conforman un mundo. Es así la idea de siquiera, mostrar un lado más humano, pero también frío y calculador. Y esto es para poder vivir en calma, como los hombres que en tiempos de cólera, encuentran la paz en la meditación que en las quejas y dilemas que surgen en esta nueva era. 
Los ángeles y demonios de los que tanto nos hablan, y que nos cuidan y atormentan, no son más que sombras de nosotros mismos, vigilando a aquellos por quienes nos preocupamos y haríamos hasta lo inhumano para poder cambiar su semblante y corazón. Tenemos la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, lo cierto de lo falso, solo que no nos atrevemos y queremos vivir en un frasco que nos mantenga seguros y cuerdos a lo que hay allá afuera.
Este es mi estado en un tiempo y en un momento de conflicto, de intenciones internas que calan cuando me quedo callado. Sigo aquí, entre orquestas y derrotas que alimentan toda esta ironía. Y todavía sigo viendo las cosas con calma, en un silencio que me ayuda y destroza cada cierto tiempo, pero que al final del día, me permite dormir en paz conmigo mismo.

domingo, 18 de enero de 2015

Verano

El verano siempre es una odisea, un milagro después del invierno para aquellos que no soportan el lado amargo del tiempo. En sus días se ocultan historias cortas pero casi imposibles de olvidar. En la mayoría de los casos, los protagonistas gozan de un asombro incalculable y cumplen el cometido de quererse mutuamente sin caprichos ni excepciones. 
Existen tardes llenas de prisa y de paciencia, noches que ignoran las horas, que solo buscan un pretexto y una buena compañía. Los caídos, sin ganas de nada, se encuentran en esta etapa del año para compensar el tedio del pasado y vivir nuevamente. Los que están arriba no sucumben y disfrutan, juegan y planifican bien su tiempo para salir ilesos y con una sonrisa traviesa en el rostro. Otros, los que viven en el limbo de lo vano y lo placentero, prefieren construir normas y espacios únicos para hacer de la privacidad el intermediario de emociones inexplicables. Curiosamente, los débiles irrumpen de manera sorpresiva y acaban siendo los más fuertes. 
Pero el verano es más que una fuente de paz y de locura, es una recopilación de momentos extravagantes, repletos de dichas y a veces, de arrepentimientos que no caben en una sola explicación, que se vive de diferentes formas, que cumplen la función de dar buenas nuevas, inesperadas y misteriosas. De modo que flagela el peso del tiempo, para renovarlo, para darle una mejor perspectiva a lo que se viene.
Es una etapa de descubrimiento, de insomnio y de ratos exclusivos que suelen marcar un antes y un después. Los encuentros se dan sin un acuerdo previo, suceden en el momento menos pensado y se proyectan para una experiencia más allá de lo agradable. Todos coquetean con la idea de ser libres y se abstienen a lo que tanto buscan pero que niegan, que es compartirlo con alguien especial. El resto, sí vive aquella dicha, y en silencio consumen y alargan su vida entre abrazos y besos sinceros. 
La decisión está allí, nadie obliga ni protesta, todos viven el solsticio a su manera. Sin embargo, los solitarios hacen del tiempo un escape de ayuda, de momentos alejados y firmes para con sus metas, y logran ejercer en esta época lo que muchos quisieran. 
En síntesis, los amores, las penas, los fracasos, las histerias y locuras que se viven siembran un recuerdo pleno e inimaginable. A veces, un poco brusco con los inocentes, pero gratos de volver a recordar. Deja, sin duda, un espacio para la nostalgia cuando un día miremos hacia atrás. Así es el letargo de esta temporada, infinita para los más locos y fugaz para los más cuerdos. Verano, origen de un ciclo, la propuesta interna de empezar de nuevo, el golpe certero a los malos tiempos y el comienzo a un nuevo estilo de vida.